En la cocina, hay sabores que se ven opacados, casi "menospreciados", debido a la poca "fuerza" que tienen en un plato.
Pensemos, por ejemplo, en un lácteo. El sabor de la crema o de la leche suele ser tapado por los elementos que la acompañan.
En el caso de la sal, lo que nos sucede es que generalmente notamos su ausencia o su exceso, pero muy pocas veces su verdadero sabor.
En muchas ocasiones, se percibe a yodo o al mar.
La sal es diferente al resto de nuestros alimentos. No proviene de plantas, animales o microbios, sino de los océanos. Es uno de los poquísimos ingredientes que llega a nuestra mesa de manera pura y limpia.
Una gran virtud de la sal es que ayuda a realzar los sabores de los elementos que la rodean.
Creo que aquí radica, en muchas ocasiones, la clave del producto: usarla para "avivar" o "apagar" ciertos sabores.
Un detalle crujiente
Una excelente opción es utilizarla al final de una preparación. Antes de servir una pieza de carne en la mesa, esparcir unas escamas de sal marina sobre ella. Jugar con ese crujiente como un elemento más de nuestro plato y, al mismo tiempo, permitir que esa carne se destaque por sí sola en cuanto a sabor.
Lo mismo puede aplicarse al usarla en una preparación dulce. Un par de cristales de sal marina sobre una crema de chocolate amargo la vuelven sumamente interesante.
Sal de Aquí
En nuestra provincia, Chubut, existe una empresa llamada Sal de Aquí que se dedica a crear cristales de sal marina. Utilizando un método artesanal, extraen agua de mar en un entorno libre de contaminación y la evaporan en su planta de la ciudad de Trelew para obtener cristales de sal de alta calidad.
Estos cristales no solo reflejan la pureza del mar argentino, sino que también ofrecen variantes únicas, como las combinadas con salicornia y wakame recolectados en la costa, o salmuera aromatizada con especias locales como el merkén y el tomillo silvestre.
Que cocines muy rico.
Juan.
